Festivales internacionales, nacionales y otras hierbas
En medio de más de 30 festivales del mundo, en Chile empezamos el verano en calma, en Frutillar...
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Leonidas Irarrázaval
En medio de más de 30 festivales del mundo, en Chile empezamos el verano en calma, en Frutillar. Hubo música clásica, popular, solistas líricos, coros, un paisaje deslumbrante, un volcán Osorno que se escondía y se asomaba entre las nubes, etc.
En pocas palabras, un verdadero paraíso. Volvimos a sentir que teníamos alma, espíritu, tranquilidad y todo lo demás que nos aleja del horno santiaguino aunque sólo sea por dos semanas.
Frutillar sigue siendo maravilloso a pesar de su crecimiento, el que generalmente echa a perder los lugares. El programa musical de las Semanas pudo haber sido mejor. Demasiados solistas, dúos operáticos repetidos que se acababan de escuchar en enero en Viña del Mar. Lo mejor de Frutillar, además del nuevo teatro que es excelente, pero no bonito, es de todas maneras, el público. Es respetuoso, agradecido, conocedor, sabe cuándo debe aplaudir y sobre todas las cosas muy bien educado. Es como otro Chile, comparado con el Centro y el Norte. Los jóvenes del pueblo ayudan ad honorem como acomodadores, choferes, guías y consejeros de espectáculos.
El festival de la canción en la Quinta Vergara de Viña es el más famoso del mundo después del de San Remo. Casi al mismo tiempo han aparecido los festivales de Antofagasta, Iquique, Dichato y Olmué que son otra cosa. Buenos también, a su modo. Con más o menos dinero hacen lo que pueden, a veces discretamente. Otras no tanto, como hacer público que se le ha pagado un millón de dólares a un artista de calidad pero pretencioso.
El objetivo de estos festivales es hacer gozar a mucha gente y lo logran. Suavizan las heridas del terremoto y de los “tsunamis” que recién se están sanando.
Sin embargo, llama la atención la vulgaridad de todos estos espectáculos. Aún con “humor blanco”, como se trató este año en Viña, no se pudieron sacar reiteradas groserías de los textos.
En estos días, se discuten diferentes aspectos, como la calidad de los animadores, las bondades de los diferentes artistas, las vestimentas y la organización técnica, a veces muy deficiente. Todo esto no tiene ninguna importancia si no se va al fondo del problema que es la verdadera sustancia de esos espectáculos. La única explicación es que todos ellos están enfocados a las grandes masas, que no gozan sin groserías o vulgaridades. Esto es un hecho real y por eso hay que juzgarlos por lo que son y no por lo que quisiéramos que fueran. Ojalá evolucionen y mejoren a medida que el sector popular se vaya cultivando poco a poco. Ya salió de la extrema pobreza, ahora hay que tratar de que sea discretamente culto.
A propósito de otras hierbas, en Frutillar, sobre el lago Llanquihue, a unos ocho kilómetros del pueblo, hay una pequeña casa blanca de madera rodeada de un gran campo de hierbas de lavanda. Allí se refugian los frutillarinos de los turistas del verano, que también los invaden. A mí me llevó un amigo chileno-alemán que me dijo lo siguiente: “Aquí tomas té de doscientos tipos diferentes, en tazas de porcelanas finas igual que los servicios”. Todo esto está envuelto en el aroma de los diversos tés y de la lavanda, probando, además, la más exquisita pastelería de Chile.
Todo Chile necesita esas casas de té como la de Frutillar.